20 de diciembre de 2011

Un Pensamiento Inmaduro (1ª Parte)

Hablar de la naturaleza como algo a tener en cuenta o como algo valioso le suele situar a uno dentro del “pensamiento ecologista”. Sin embargo, hay unas cuantas diferencias insalvables entre la línea de esta publicación y ese pensamiento. Si el título de este artículo hace referencia a la inmadurez de un pensamiento, se debe a que considero que el “pensamiento ecologista” está muy verde. Las dosis de ingenuidad, de intenciones bienhechoras o de valores morales y filosóficos del sistema social que más daño ha causado a la naturaleza contaminan, hasta arruinarlo, al ecologismo.
Este tema será inevitable tratarlo, no obstante no es el motivo de este artículo. La idea general es explicar cómo algunas de esas diferencias insalvables hacen absurdo etiquetar a esta publicación de “ecologista”. Las características de una y otro así lo aconsejan para evitar confusiones. No soy de los que defienden la pluralidad, la tolerancia o la diversidad de opiniones. Decir que todas las opiniones son válidas y respetables es una insensatez. Las opiniones válidas y respetables serán aquellas que se corresponden con la realidad; claro que discutir sobre la realidad es más difícil e ingrato que discutir sobre opiniones. Así que, de entre esas diferencias insalvables con el ecologismo, se tratará aquí de repasar algunas que tratan cuestiones de hecho.

I. [CASI] TODO ESTÁ RELACIONADO
Una de las leyes de la ecología viene a decir que todo está relacionado con todo lo demás (no entraré aquí si está bien expresada de esa manera o no). Esta ley viene a señalar las abundantes interrelaciones que se dan en la naturaleza, en la que la interacción entre sus elementos constituyentes es la tónica general. Dentro del ecologismo, se ha apuntado multitud de veces que el modo de vida actual tiene unas consecuencias sobre la naturaleza, aunque se nieguen o se desconozcan. Por ejemplo, se habla de los costes ocultos del consumo, es decir, se trata de discernir aquellos costes, que la producción de cualquier objeto que podamos comprar conlleva. Costes que no siempre se reflejan en su precio económico o que no repercuten en el comprador sino en la naturaleza.
Con este tipo de análisis minuciosos, algunas de esas ideas “verdes” exponen relaciones insospechadas entre la sociedad y el medio que la rodea. Un ejemplo clásico es el ciclo de herbicidas y plaguicidas desde su uso en los campos de cultivo hasta su ingestión por parte de otros animales a distancias considerables del lugar donde se utilizaron. Otro ejemplo a tener en cuenta podría ser el de la emisión de todo tipo de sustancias a la atmósfera que acaban depositándose hasta en los lugares más remotos del globo terráqueo.
Obviamente, estas ideas “verdes” se apoyan en los conocimientos científicos que se han ido adquiriendo a lo largo de los últimos tiempos. Pero no por ello esos análisis son acertados. Dentro del propio ecologismo, se ha puesto en entredicho la validez de algunos de ellos por ser superficiales o por tomar puntos de partida equivocados. El lector puede investigar por su cuenta este asunto, lo que yo quiero apuntar aquí es otra cosa. A pesar de la minuciosidad y perspectiva global de esos análisis ecologistas, hay un asunto que, a la mayoría de ellos, se les escapa. Puede que su visión de la relación sociedad tecnoindustrial-naturaleza refleje una comprensión más o menos adecuada de los problemas existentes, pero no ocurre lo mismo con su visión del funcionamiento de la sociedad actual.
Hay varios aspectos de este funcionamiento que no se están reconociendo con acierto. Pienso que se podrían resumir en tres. El primero es el más obvio, pero que por alguna razón es de los que menos se tratan y debaten. Se trata de la clara incompatibilidad entre la sociedad tecnoindustrial y la naturaleza, al menos la naturaleza salvaje. Por decirlo llanamente con un ejemplo, donde se construye un polígono industrial o una urbanización o alguna otra gran infraestructura ya no es posible que exista un ecosistema natural. Podrá haber arbolitos en las aceras y zonas ajardinadas, pero está claro que ya no es lo mismo.

a) Incompatibilidad entre la naturaleza salvaje y la sociedad tecnoindustrial.En ecología, biología y otras ciencias de la naturaleza, se vienen realizando, desde hace décadas, estudios que ponen de manifiesto este hecho. Se han propuesto algunos indicadores que tratan de sintetizar lo que está ocurriendo con la naturaleza. Desde luego, tratar de sintetizar en datos exactos lo que ocurre es muy difícil debido a la complejidad del tema de estudio mismo. No obstante, asumiendo que los datos tienen ciertos márgenes de incertidumbre, indican bastante bien por dónde van los tiros. Hace unos años, un grupo de científicos publicó un resumen de los datos disponibles bajo el título “La Dominación Humana de los Ecosistemas de la Tierra” [“Human Domination of Earth’s Ecosystems”, Science, Vol. 277, 25 de Julio de 1997. Traducción propia. Se han suprimido algunas referencias bibliográficas para aligerar la lectura.]. Escribían cosas como éstas:
« La alteración humana de la Tierra es sustancial y va en aumento. Entre un tercio y la mitad de la superficie terrestre ha sido transformada por la acción humana; la concentración del dióxido de carbono en la atmósfera se ha incrementado cerca del 30 por ciento desde el comienzo de la Revolución Industrial; la humanidad fija más nitrógeno atmosférico que todas las fuentes naturales terrestres combinadas; más de la mitad de todo el agua dulce accesible en la superficie es utilizado por la humanidad; y alrededor de una cuarta parte de las especies de aves en la tierra ha sido llevada a la extinción. Por estos y otros criterios, está claro que vivimos en un planeta dominado por los humanos. »
« Todos los organismos modifican su entorno, y los humanos no son una excepción. Con el crecimiento de la población humana y la expansión del poder de la tecnología, el alcance y la naturaleza de esta modificación ha cambiado drásticamente. Hasta hace poco, el término “ecosistemas dominados por los humanos” había mostrado imágenes de campos agrícolas, pastos o paisajes urbanos; ahora se aplica con mayor o menor fuerza a toda la Tierra. Muchos ecosistemas son dominados directamente por la humanidad, y ningún ecosistema en la superficie de la Tierra está libre de la penetrante influencia humana. »
« […] El crecimiento de la población humana, y el crecimiento en la base de recursos utilizada por la humanidad, es mantenido por un séquito de iniciativas humanas tales como la agricultura, la industria, la pesca y el comercio internacional. Estas iniciativas transforman la superficie terrestre (mediante los cultivos, la silvicultura y la urbanización), alteran los principales ciclos biogeoquímicos y añaden o eliminan especies y poblaciones genéticamente diferentes en la mayoría de los ecosistemas de la Tierra. Muchos de estos cambios son sustanciales y están razonablemente bien cuantificados; y todos están en marcha. Estos cambios, relativamente bien documentados, uno tras otro traen nuevas alteraciones al funcionamiento del sistema Tierra, muy notablemente conduciendo al cambio climático global y causando pérdidas irreversibles de la diversidad biológica. »
Este resumen englobaba los datos de la influencia humana sobre los ecosistemas de la Tierra en los siguientes apartados: Transformación de la tierra, Los océanos, Alteraciones de los ciclos biogeoquímicos y Cambios bióticos. El primer apartado trataba sobre el uso del suelo y merece la pena citar algunos párrafos:
« El uso de la tierra para producir bienes y servicios representa la alteración más importante del sistema Tierra. El uso humano de la tierra altera la estructura y el funcionamiento de los ecosistemas, así como el modo en que los ecosistemas interactúan con la atmósfera, con los sistemas acuáticos y con la tierra que les rodea. Además, la transformación de la tierra interactúa poderosamente con la mayoría de los demás componentes del cambio medioambiental global. »
« […] La transformación de la tierra engloba una amplia variedad de actividades que varían sustancialmente en su intensidad y consecuencias. En un extremo, del 10 al 15% de la superficie terrestre de la Tierra es ocupada por la agricultura o por áreas urbano-industriales, y del 6 al 8% ha sido convertida en tierras de pastos; estos sistemas están totalmente cambiados por la actividad humana. En el otro extremo, todo ecosistema terrestre se ve afectado por el incremento de dióxido de carbono (CO2) atmosférico, y la mayoría de los ecosistemas tienen un historial de caza y de alguna otra extracción de recursos de baja intensidad. Entre estos extremos están los ecosistemas de praderas o los semiáridos en los que pastan (y algunas veces degradan) animales domésticos y selvas y bosques de los que se han extraído productos madereros; juntos, estos representan la mayoría de la superficie con vegetación de la Tierra. »
« […] Las estimaciones de la fracción de tierra transformada o degradada por la humanidad (o su corolario, la fracción de producción biológica de la tierra que es utilizada o dominada) caen en el rango del 39 al 50%. Estas cifras tienen grandes incertidumbres, pero el hecho de que son cifras elevadas no tiene nada de incierto. Además, en todo caso estos cálculos subestiman el impacto global de la transformación de la tierra, en tanto que la tierra que no ha sido transformada ha sido dividida, a menudo, en fragmentos debido a la alteración humana de las áreas circundantes. Esta fragmentación afecta a la composición de especies y al funcionamiento de los ecosistemas, de otro modo poco modificados. »
Este último punto sirve para señalar una de las diferencias entre la postura de esta revista y la postura de buena parte del ecologismo ibérico: el tipo de ‘naturaleza’ que se toma como referencia a valorar. Para estos ecologistas, suele ser una referencia, más o menos idílica, el modo en que la sociedad preindustrial gestionaba su entorno (prados o tierras de cultivo intercaladas con manchas de bosques, sistemas de dehesas, sistemas de riego tradicional, etc.). Desde mi punto de vista, esta referencia ideal no puede ser aceptada desde el momento en el que la fragmentación del hábitat, que inevitablemente conlleva, puede suponer un daño ecológico grave. Además, el mantenimiento de esos entornos ideales implicaría restringir o impedir procesos naturales claves en el desarrollo de los ecosistemas, es decir, irían contra lo que denominamos la autonomía de lo salvaje.
Del apartado ‘Alteraciones de los ciclos biogeoquímicos’, es significativo lo que está ocurriendo con el ciclo del agua:
« Para casar las crecientes demandas con el suministro limitado de agua dulce, la humanidad ha alterado extensamente los sistemas fluviales a través de desviaciones y embalses. En los Estados Unidos, sólo el 2% de los ríos fluyen sin impedimentos y, hacia el final de este siglo, el curso de alrededor de dos tercios de todos los ríos de la Tierra estará regulado. »
« […] El gran número de presas en funcionamiento (36.000) en el mundo, junto con las muchas que están planificadas, garantiza que los efectos de la humanidad sobre los sistemas biológicos acuáticos continuarán. »
Y, finalmente, del apartado ‘Cambios bióticos’, cabe destacar:
« La modificación humana de los recursos biológicos de la Tierra –sus especies y poblaciones genéticamente distintas– es sustancial y creciente. La extinción es un proceso natural, pero la tasa actual de pérdida de la variabilidad genética, de las poblaciones y de las especies está muy por encima de las tasas de fondo -es un proceso en marcha- y representa un cambio global totalmente irreversible. Al mismo tiempo, el transporte humano de especies por todo el Mundo está homogeneizando la biota de la Tierra, introduciendo muchas especies en zonas nuevas donde pueden perturbar tanto los sistemas naturales como los humanos. »
Este grupo de científicos llegaba a una conclusión clara:
« Todos estos cambios están en marcha y, en muchos casos, acelerándose; muchos de ellos fueron iniciados mucho tiempo antes de que su importancia fuera reconocida. Además, todos estos fenómenos aparentemente dispares dibujan una sola causa –la creciente escala de la iniciativa humana. Las tasas, las escalas, las clases y las combinaciones de los cambios que se están produciendo en la actualidad son fundamentalmente diferentes de los ocurridos en cualquier otro momento de la historia; estamos cambiando la Tierra más rápidamente de lo que podemos comprenderla. »
Es cierto que muchos de los problemas ecológicos que analizan ya se producían en las civilizaciones preindustriales, incluso en las sociedades precivilizadas. Pero, la escala y la complejidad de este sistema que llamamos sociedad tecnoindustrial y las repercusiones que tiene sobre la naturaleza son cualitativamente diferentes, y hace que una y otra sean incompatibles en esencia. Lo que se halla en la raíz de esta incompatibilidad son los modos de funcionar tanto de la naturaleza como de la sociedad actual. Uno y otro son irremediablemente opuestos. La naturaleza, en estado salvaje, tiende a regular su propio funcionamiento mediante una serie muy compleja de interacciones entre sus integrantes. La sociedad actual necesita impedir, utilizar o gestionar esas interacciones de manera que pueda obtener materia y energía para su propio funcionamiento. Para ello emplea todo un sistema tecnológico con unas características descritas más adelante en el punto c). Mientras este sistema gana autonomía y margen de maniobra, la naturaleza lo va perdiendo. Ahí radica la incompatibilidad entre ambos.


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