6 de octubre de 2014

Algunas ideas sobre el presente y el futuro


Leyendo una crítica que se publicó en el blog de Ediciones Colapso y un texto editorial de la revista Regresión, volví en mi cabeza sobre algunas ideas que habían salido en algunas conversaciones privadas en los últimos años [1]. Hasta ahora, en este blog no se había dedicado ninguna entrada entera sobre cuestiones de estrategia o planteamientos sobre el enfrentamiento con la sociedad tecnoindustrial. Hoy se hará una excepción.
Se ha puesto en entredicho el uso del término ‘revolución’ para describir el proceso por el cual un movimiento contrario a la sociedad tecnoindustrial ayudaría a acabar con ella. Las razones son varias, desde que se trata de un término con claras connotaciones izquierdistas hasta que es una idea fantasiosa. Es un hecho que este término tiene hoy por hoy un uso muy trivializado. En realidad lleva décadas ocurriendo. Tanto la aparición de un nuevo dispositivo tecnológico como la de una tendencia artística o intelectual pueden ser calificadas de ‘revolucionarias’ para darles una importancia que, por lo general, no tienen en realidad. Esto no solamente es cosa del izquierdismo, por cierto. Una parte del izquierdismo sí suele tener como referencia ciertas revoluciones del pasado y hacer referencia continuamente a futuras revoluciones en sus sistemas de ideas. Es más, muchas de las revoluciones de la historia fueron hechas por movimientos izquierdistas. Las connotaciones izquierdistas del término pueden, por tanto, aparecer en muchas circunstancias en las que se utilice esa palabra. Sin embargo, hay que darse cuenta que precisamente eso también ocurre con muchos otros términos utilizados en la crítica de la sociedad tecnoindustrial como pueden ser ‘libertad’, ‘autonomía, ‘dignidad’, ‘naturaleza’, ‘salvaje’, etc. No es de extrañar tampoco, puesto que una de las características del izquierdismo es que tiende a acaparar y a intentar aglutinar todas las críticas que se hagan a la sociedad actual. Por muy dispares que puedan ser, trata de armonizar unas con otras, aunque sean incompatibles y algunas de ellas rechacen el propio izquierdismo. Por eso, se dice que el izquierdismo es un mecanismo de autodefensa de la sociedad tecnoindustrial porque acaba resultando que canaliza cualquier clase de crítica en un proceso que optimiza el funcionamiento de dicha sociedad. Su falsa apariencia de opositores y rebeldes de esta sociedad no nos debe ocultar el hecho de que los movimientos izquierdistas juegan un perverso papel en el funcionamiento de la sociedad tecnoindustrial.
El uso de esos términos sin contextualizarlos y definirlos adecuadamente puede suponer un peligro de recuperación por parte del izquierdismo. El peligro no está principalmente en usarlos sino en el contexto y las circunstancias en los que se utilizan. Por ejemplo, emplear el término ‘revolución’ en países como Cuba o Venezuela muy posiblemente conduzca a confusiones con lo que dicen los gobiernos actuales de esos países, independientemente de lo que se quiera decir. Entonces, ¿qué se puede hacer para evitar ese peligro? El dejar de usarlos para emplear otros no asegura que en el futuro no puedan ser recuperados por el izquierdismo. No queda otra que tratar de explicarse de la manera más concisa y clara dándole más importancia a las ideas que a los términos utilizados para nombrarlas. Vayamos entonces a la idea a la que se refiere el término ‘revolución’ dentro de algunos discursos contrarios a la sociedad tecnoindustrial. En forma breve, describiría el proceso en el que una parte de la sociedad, organizada y cohesionada en torno a la defensa de la autonomía de la naturaleza salvaje, lograse acabar con las bases tecnológicas y económicas de la sociedad actual. La pregunta clave aquí es si ello es posible. Y la respuesta no es ni ‘sí’ ni ‘no’, sino ‘depende’. Depende de las circunstancias. Un montón de circunstancias futuras y presentes. Entre una de las circunstancias presentes está cómo responden las personas que desean el fin del sistema tecnoindustrial a esa pregunta. Si se contestan ‘no, no es posible’, añaden un granito más en las circunstancias contrarias a ese proceso (a modo de profecía autocumplida).
Ted Kaczynski defiende que es posible porque en el pasado movimientos organizados lograron derrocar sistemas sociales y que es válida una analogía entre el derrocamiento del Antiguo Régimen en la Francia del siglo XVIII o de la Rusia zarista y el derrocamiento del actual sistema tecnoindustrial. Una pequeña aclaración que es necesaria hacer en este punto: varias personas han afirmado que hay otros individuos que siguen al pie de la letra las palabras de Kaczynski o que son algo así como seguidores crédulos de él. Entre esos individuos crédulos estarían los que participaron en la edición de La sociedad industrial y su futuro, uno de ellos es el que escribe estas palabras. A esas personas sólo les puedo responder que su ignorancia es grande en este punto y su capacidad para ver las discrepancias con algunas ideas de Kaczynski limitada. Personalmente, discrepo con Kaczynski en que la analogía entre el derrocamiento de un tipo de sociedad y otro sea válida. La sociedad actual ha desarrollado mecanismos de autodefensa nuevos, su control sobre el comportamiento humano es más eficaz y sutil, las dinámicas del funcionamiento social se han acelerado por la introducción de nuevas tecnologías, etc. Todo esto hace que la sociedad tecnoindustrial sea cualitativamente diferente de otras sociedades civilizadas. También es mucho más poderosa. No obstante, esto no significa que sea omnipotente y, por ello, en algún momento podría ser vulnerable. Volvemos sobre la cuestión de las circunstancias favorables a aquel proceso que algunos como Kaczynski denominan “revolución contra la sociedad tecnoindustrial”. Mientras la sociedad actual siga compuesta por animales humanos, tal y como los conocemos hoy (no modificados por la cibernética, la ingeniería genética o algún otro desarrollo tecnológico y no sustituidos por robots e inteligencia artificial superior a la humana), estará sujeta a las dinámicas que la empujan una vez más contra los límites de la naturaleza salvaje y la biosfera. La civilización tecnoindustrial tiene experiencia en ir forzando límite tras límite ocasionando pérdidas naturales irrecuperables, diezmando las poblaciones de fauna salvaje y destrozando multitud de ecosistemas salvajes. Pero la biosfera está comenzando a dar muestras de agotamiento y de no poder soportar el ritmo necesario para esta sociedad. Estas circunstancias podrían introducir a la sociedad en una crisis estructural fatal. Bajo todas esas circunstancias, una minoría bien organizada podría contribuir al fin de la sociedad tecnoindustrial. La cuestión de quién tendría más mérito, si las circunstancias o esa minoría, en ese final sería poco relevante. Lo importante es que es posible un escenario similar. ¿Es seguro que eso ocurra? No. ¿Es seguro que no ocurra? Tampoco. Como con muchas cuestiones del futuro, las incertidumbres son grandes. A muchos seres humanos les cuesta mucho tratar con la incertidumbre, es cierto. Prefieren antes las certezas de cualquier tipo, posiblemente por esto la religión sea un fenómeno tan común en todas las sociedades humanas.
En resumidas cuentas, si tu enemigo es considerablemente más fuerte que tú, lo lógico es prepararse para que cuando esté debilitado poder batirlo. Quienes crean que ese ‘prepararse’ significa simplemente ‘esperar’ se equivocan profundamente. Lo ilógico es darse por vencido ya y en cualquier condición, rendirse o arremeter contra él hasta obtener el resultado conocido de antemano de que te machacará gracias a su superioridad actual. Mientras la relación de fuerzas no cambia, la confrontación directa es, tarde o temprano, un suicidio. La relación de fuerzas cambia si te haces más fuerte o si te haces más fuerte y tu enemigo se debilita o si sólo tu enemigo se debilita.
Un hecho curioso en la editorial de la revista Regresión es que, a modo de refutaciones de toda posibilidad de derrocamiento del sistema tecnoindustrial, expone una serie de acontecimientos fallidos del pasado en los que movimientos del pasado se enfrentaban a sus mayores problemas. Curiosamente se olvidan de mencionar alguno de aquellos movimientos que sí tuvieron éxito en su intento de derrocar el sistema social que tantos problemas les causaba, entre ellos los 2 que más cita Kaczynski, la revolución rusa y la revolución francesa. Parece que con este sesgo selectivo creen quitarle la razón a Kaczynski. Se equivocan; Kaczynski podrá tener razón o no, pero así no se refuta honestamente nada.
Este sesgo selectivo denota un derrotismo inamovible y encaja bien con algunos de los dejes insurreccionalistas. El insurreccionalismo anarquista, tan habituado a los fracasos, ha desarrollado una literatura gloriosa y épica que se recrea en las derrotas del estilo: “está todo perdido, pero joderemos al sistema [aunque sabemos ya, aquí y ahora, que será al revés]”. Otro de esos dejes del insurreccionalismo es el hábito de identificar a otros radicales o revolucionarios y dejarlos como inferiores por su falta de acciones radicales o violentas contra el “sistema”. Así, son frecuentes las descripciones como “revolucionarios de sillón”, “anarquistas de salón”, “intelectuales de café”, etc., en la literatura insurreccionalista. ¿A qué se debe ese afán de marcar su estatus diferente, de recalcar que son personas (sobre todo hombres) de acción? Poco importa, lo que es seguro es que el insurreccionalismo dejó de ser lo más radical en las últimas décadas al ser superado en radicalidad por el ecologismo radical, el anarcoprimitivismo, o corrientes críticas de la tecnología. Para recuperar su mayor radicalidad, ha incorporado o absorbido ideas de esas otras corrientes, a menudo elementos que poca relación guardaban con el anarquismo previo, y de este modo seguir actuando como lo hace el izquierdismo (acaparando la crítica a la sociedad actual). El insurreccionalismo es una clase muy extraña de izquierdismo en el que los problemas psicológicos son claros y evidentes y recorren sus escritos. Además, tiene una clase de funcionamiento particular en la que hay una serie de fases en bucle: acción radical-reacción del atacado-solidaridad con los que recibieron la reacción-acción radical en solidaridad con los que recibieron la reacción y vuelta a empezar. Ahora aparecen grupos críticos con el sistema tecnoindustrial en los que su bagaje insurreccionalista es claramente reconocible. Puede que ni siquiera se den cuenta de esa mochila que todavía llevan a cuestas, pero, por ejemplo, el rechazo de la idea de un movimiento organizado para acabar con la sociedad tecnoindustrial procede de ese bagaje insurreccionalista y no de un análisis serio y honesto de las posibilidades de una “revolución” [o el término que se prefiera] contra esta sociedad. No es una idea que se descarte tampoco por cuestiones estratégicas, puesto que “no esperan nada”, ni “ningún fruto” de sus propios ataques, sino por cuestiones ideológicas previas heredadas de su pasado ideológico.
Nunca nadie consiguió algo diciéndose alguna de estas cosas: “no creo que pueda”, “no es posible”, “no quiero hacerlo”, “no”… Por lo menos, nunca nadie consiguió algo diciéndose esas cosas hasta la llegada de las ayudas socialdemócratas o la caridad cristiana. Es una cuestión de actitud, de actitud derrotista.

Notas
[1] Los comentarios de esta entrada son responsabilidad de una única persona y, por eso, otros autores y personas (como por ejemplo Anónimos con Cautela o Último Reducto) son ajenos a ella.