17 de septiembre de 2013

La dominación humana de los ecosistemas de la Tierra (II)

Hace 16 años se publicó originalmente el artículo que se reproduce a continuación. Seguramente la situación general ha cambiado significativamente en este periodo, pero muchas tendencias están claramente señaladas en él y desgraciadamente han conducido a una peor situación de lo que estos científicos llaman “sistema Tierra”. Los datos, que ya fueron mencionados en este blog en otra ocasión, hablan por sí solos. Los números entre paréntesis indican una referencia bibliográfica que se incluirá en un listado al final de la tercera parte de este artículo.

La Dominación Humana de los Ecosistemas de la Tierra
(2ª parte)
Peter M. Vitousek, Harold A. Mooney, Jane Lubchenco, Jerry M. Melillo
“Human Domination of Earth’s Ecosystems”, Science, Vol. 277, 25 de julio de 1997. Traducción propia sin ánimo de lucro.

Alteraciones de los ciclos biogeoquímicos
El carbono. La vida en la Tierra se basa en el carbono, el CO2 en la atmósfera es la fuente primaria para la fotosíntesis. La humanidad añade CO2 a la atmósfera mediante la minería y la quema de combustibles fósiles, el residuo de la vida del pasado lejano, y convirtiendo bosques y praderas en ecosistemas agrícolas y otros ecosistemas de baja biomasa. El resultado neto de ambas actividades es que el carbono orgánico de rocas, organismos y suelos es soltado a la atmósfera como CO2.
El incremento moderno de CO2 representa la señal más clara y la más documentada de la alteración humana del sistema Tierra. Gracias a la previsión de Roger Revelle, Charles Keeling y otros, que iniciaron en 1957 mediciones cuidadosas y sistemáticas del CO2 atmosférico y que siguieron tomando a pesar de crisis de presupuestos y cambios en las modas científicas, hemos observado cómo la concentración de CO2 se ha incrementado constantemente desde las 315 partes por millón (ppm) a las 362 ppm. El análisis de las burbujas de aire extraídas de las cápsulas de hielo antártico y groenlandés extiende el registro mucho más atrás; la concentración de CO2 fue más o menos estable alrededor de las 280 ppm durante miles de años hasta alrededor de 1800 y se ha incrementado exponencialmente desde entonces (17).
No hay duda de que este incremento ha sido causado por la actividad humana, hoy día principalmente mediante la quema de combustibles fósiles. Las fuentes de CO2 pueden ser trazadas isotópicamente; antes del periodo de extensas pruebas nucleares en la atmósfera, el carbono reducido a 14C era un indicador específico de CO2 derivado de la quema de combustibles fósiles, mientras que el carbono reducido a 13C caracterizó al CO2 derivado tanto de los combustibles fósiles como de la transformación de la tierra. Mediciones directas en la atmósfera y análisis de los isótopos de carbono en los anillos de los árboles muestran que tanto el 13C como el 14C en el CO2 fueron diluidos en la atmósfera en relación al 12C mientras la concentración de CO2 en la atmósfera se incrementó.
EQ ecuador, NP polo norte, SP polo sur. Elaborado por A. S. Denning a partir de información en (18).
La quema de combustibles fósiles añade ahora 5,5 ± 0,5 miles de millones de toneladas métricas de CO2-C a la atmósfera anualmente, en su mayor parte en las regiones económicamente desarrolladas de la zona templada (18) (Fig. 4). La acumulación anual de CO2-C ha promediado recientemente 3,2 ± 0,2 miles de millones de toneladas métricas (17). Los otros términos principales en el balance del carbono atmosférico son el flujo neto océano-atmósfera, la liberación neta de carbono durante la transformación de la tierra y el almacenamiento neto en la biomasa terrestre y la materia orgánica del suelo. Todos estos términos son más pequeños y menos fiables que la quema de combustibles fósiles o la acumulación atmosférica anual; representan ricas áreas de la investigación actual, el análisis y, a veces, la controversia.
El incremento causado por la humanidad en el CO2 atmosférico representa ya un cambio de casi un 30% en relación a la era pre-industrial (Fig. 2) y el CO2 continuará incrementándose en el futuro inmediato.
El aumento de CO2 representa la intensificación humana más importante del efecto invernadero; el consenso de la comunidad investigadora del clima es que probablemente ya afecta al clima de forma detectable y que conducirá a un cambio climático sustancial en el próximo siglo (1). Los efectos directos del incremento de CO2 sobre plantas y ecosistemas podrían ser incluso más importantes. El crecimiento de la mayoría de plantas es realzado por un elevado CO2, pero en grados muy diferentes; la química del tejido de las plantas que responden al CO2 es alterada en formas que disminuyen la calidad del alimento para animales y microbios y la eficiencia en el uso del agua de las plantas y los ecosistemas generalmente se incrementa. El hecho de que el aumento del CO2 afecte a las especies de diferente modo significa que es probable que lleve a cambios sustanciales en la composición de las especies y en la dinámica de todos los ecosistemas terrestres (19).
El agua. El agua es esencial para toda la vida. Su movimiento por la gravedad, y por medio de la evaporación y la condensación, contribuye a hacer funcionar los ciclos biogeoquímicos de la Tierra y a controlar su clima. Muy poca agua de la que hay en la Tierra es utilizable directamente por los humanos; la mayoría o es salina o está congelada. Globalmente, la humanidad utiliza hoy día más de la mitad de los flujos de agua dulce y razonablemente accesibles, correspondiendo aproximadamente un 70% de este uso a la agricultura (20) (Fig. 2). Para casar las crecientes demandas con el suministro limitado de agua dulce, la humanidad ha alterado extensamente los sistemas fluviales a través de desviaciones y embalses. En los Estados Unidos, sólo el 2% de los ríos fluyen sin impedimentos y, hacia el final de este siglo[I], el curso de alrededor de dos tercios de todos los ríos de la Tierra estará regulado (21). En la actualidad, hasta el 6% del caudal de los ríos de la Tierra se evapora como consecuencia de las manipulaciones humanas (22). Los principales ríos, incluidos el Colorado, el Nilo y el Ganges, son utilizados tan extensamente que poca agua alcanza el mar. Las masas monumentales de agua tierra adentro, incluyendo el Mar de Aral y el Lago Chad, han sido reducidas en su extensión enormemente debido a las desviaciones para la agricultura. La reducción del volumen del Mar de Aral condujo a la defunción de los peces autóctonos y a la pérdida de otra biota; la pérdida de una pesquería principal; la exposición del lecho del mar, cargado de sal, teniendo como resultado que se convirtiera en una fuente importante del polvo llevado por el viento; la producción de un clima local más seco y continental, una disminución en la calidad del agua en la región y un incremento de las enfermedades humanas (23).
Las presas y los impedimentos en el curso de los ríos hacen posibles las reservas de agua que pueden ser utilizadas para la generación de electricidad, así como para la agricultura. Las vías fluviales también son gestionadas para el transporte, para el control de inundaciones y para diluir residuos químicos. Juntas, estas actividades han alterado profundamente los ecosistemas de agua dulce de la Tierra, hasta un grado mayor de lo que lo han sido los ecosistemas terrestres. La construcción de presas también afecta indirectamente a los hábitats bióticos; por ejemplo, el represamiento del río Danubio ha alterado la química de la sílice de todo el Mar Negro. El gran número de presas en funcionamiento (36.000) en el mundo, junto con las muchas que están planificadas, garantiza que los efectos de la humanidad sobre los sistemas biológicos acuáticos continuarán (24). Cuando el agua de la superficie está dispersa o sobreexplotada, los humanos usan el agua subterránea –y en muchas zonas las aguas subterráneas utilizadas son aguas no renovables, o aguas fósiles (25). Por ejemplo, tres cuartos del suministro de agua de Arabia Saudita proceden actualmente de agua fósil (26).
Las alteraciones del ciclo hidrológico pueden afectar al clima regional. El regadío incrementa la humedad atmosférica en zonas semiáridas, a menudo incrementando la frecuencia de precipitaciones y tormentas (27). En contraste, la transformación de la tierra desde el bosque al campo agrícola o a pastos incrementa el albedo y disminuye la rugosidad superficial; las simulaciones sugieren que el resultado neto de esta transformación es el incremento de la temperatura y la disminución de las precipitaciones regionalmente (7, 26).
Los conflictos originados del uso global del agua serán exacerbados en los años venideros, con una población humana creciente y con las tensiones que los cambios globales impondrán sobre la calidad del agua y su disponibilidad. De todas las cuestiones de seguridad medioambiental que afrontan las naciones, la más importante será la de un suministro adecuado de agua pura.
El nitrógeno. El nitrógeno (N) es único entre los elementos principales requeridos para la vida, puesto que su ciclo incluye una inmensa reserva atmosférica (N2) que debe ser fijada (combinada con carbono, hidrógeno u oxígeno) antes de poder ser utilizado por la mayoría de organismos. El suministro de este nitrógeno fijado controla (al menos en parte) la productividad, el almacenamiento de carbono y la composición de especies en muchos ecosistemas. Antes de la importante alteración humana del ciclo del nitrógeno, de 90 a 130 millones de toneladas métricas de nitrógeno (t) eran fijadas cada año biológicamente en la tierra; la cantidad de fijación biológica en los sistemas marinos se conoce con menos seguridad, pero quizá se fijasen esas mismas cifras (28).
La actividad humana ha alterado sustancialmente el ciclo global del nitrógeno mediante la fijación de N2 –de forma deliberada con los fertilizantes e inadvertidamente durante la quema de combustibles fósiles. La fijación industrial de nitrógeno como fertilizante se incrementó de menos de 10 t/año en 1950 a 80 t/año en 1990; después de una breve disminución causada por los trastornos económicos en la antigua Unión Soviética, se espera que se incremente a >135 t/año hacia 2030 (29). El cultivo de soja, alfalfa y otras leguminosas que fijan nitrógeno simbióticamente realzan la fijación en alrededor de otras 40 t/año y la quema de combustibles fósiles añade globalmente >20 t/año de nitrógeno reactivo a la atmósfera –algunas por la fijación de N2, pero más por la movilización de nitrógeno en el combustible. En total, la actividad humana añade al menos tanto nitrógeno fijado a los ecosistemas terrestres como lo hacen todas las fuentes naturales juntas (Fig. 2) y esa misma actividad moviliza >50 t/año más durante la transformación de la tierra (28, 30).

La alteración del ciclo del nitrógeno tiene múltiples consecuencias. En la atmósfera, éstas incluyen (i) una creciente concentración global del óxido nitroso, gas de efecto invernadero; (ii) aumentos importantes en los flujos de gases reactivos de nitrógeno (dos tercios o más de las emisiones de óxido nítrico y de amoníaco son globalmente causadas por los humanos) y (iii) una contribución sustancial a la lluvia ácida y al smog fotoquímico que aflige zonas urbanas y agrícolas en todo el mundo (31). El nitrógeno reactivo que se emite a la atmósfera se deposita a favor del viento, donde puede influir en la dinámica de los ecosistemas receptores. En regiones donde el nitrógeno fijado era escaso, el nitrógeno añadido aumenta generalmente la productividad y el almacenamiento de carbono dentro de los ecosistemas y finalmente incrementa las pérdidas de nitrógeno y cationes de los suelos, en una serie de procesos denominada “saturación de nitrógeno” (32). Donde el nitrógeno añadido aumenta la productividad de los ecosistemas, normalmente disminuye también su diversidad biológica (33).
El nitrógeno fijado por los humanos también puede trasladarse de la agricultura, los sistemas de alcantarillado y los sistemas terrestres saturados de nitrógeno hasta los arroyos, los ríos, las aguas subterráneas y, finalmente, hasta los océanos. Los flujos de nitrógeno a través de arroyos y ríos han aumentado notablemente a medida que la alteración humana del ciclo del nitrógeno se ha acelerado; el nitrato de los ríos está altamente correlacionado con la población humana de las cuencas fluviales y con la suma de los inputs de nitrógeno generado por los humanos a esas zonas (8). Los incrementos de nitrógeno en los ríos conducen a la eutrofización de la mayoría de los estuarios, causando la proliferación de algas molestas, incluso tóxicas, y amenazando la sostenibilidad de las pesquerías marinas (16, 34).
Otros ciclos. Los ciclos del carbono, el agua y el nitrógeno no son los únicos que se ven alterados por la actividad humana. La humanidad es también la mayor fuente de gases oxidados de azufre en la atmósfera; éstos afectan a la calidad regional del aire, a la biogeoquímica y al clima. Además, la minería y la movilización de fósforo y de muchos metales exceden sus ciclos naturales; algunos de los metales que son concentrados y movilizados son altamente tóxicos (incluyendo el plomo, el cadmio y el mercurio) (35). Más allá de cualquier duda, la humanidad es una de las más importantes fuerzas biogeoquímicas de la Tierra.
Las sustancias químicas orgánicas sintéticas. Las sustancias químicas orgánicas sintéticas han proporcionado a la humanidad muchos servicios beneficiosos. Sin embargo, muchas son tóxicas para los humanos y para otras especies y algunas son peligrosas en concentraciones tan bajas como 1 parte por mil millones. Muchas sustancias químicas persisten en el entorno durante décadas; algunas son tanto tóxicas como persistentes. Los compuestos organoclorados de larga vida suministran los ejemplos más claros de las consecuencias ecológicas de los compuestos persistentes. Los insecticidas como el DDT y sus similares junto con los compuestos industriales como los bifenilos policlorados (PCBs) fueron utilizados ampliamente en Norteamérica en los años 50 y 60. Se transportaron globalmente, se acumularon en los organismos y aumentaron su concentración a través de las cadenas tróficas; devastaron las poblaciones de algunos depredadores (notablemente las de halcones y águilas) y se introdujeron en partes del suministro alimentario humano en concentraciones mayores de lo que era prudente. El uso doméstico de estos compuestos fue eliminándose paulatinamente en los años 70 en los Estados Unidos y en Canadá y sus concentraciones declinaron de allí en adelante. No obstante, los PCBs en particular siguen siendo rápidamente detectables en muchos organismos, algunas veces acercándose a los umbrales de la preocupación por la salud pública (36). Continuarán circulando a través de los organismos vivos durante muchas décadas.
Las sustancias químicas sintéticas no necesitan ser tóxicas para causar problemas medioambientales. El hecho de que los persistentes y volátiles clorofluorocarbonados (CFCs) sean totalmente no-tóxicos, contribuyó a su extendido uso como refrigerante e, incluso, como gas propulsor en los aerosoles. El descubrimiento subsiguiente de que los CFCs conducen a la descomposición del ozono estratosférico y especialmente el descubrimiento posterior del agujero de ozono antártico y el rol de los CFCs en éste representan grandes sorpresas en las ciencias ambientales globales (37). Además, la respuesta del sistema político internacional a aquellos descubrimientos es la mejor ilustración existente de que el cambio medioambiental global puede afrontarse efectivamente (38).
Los compuestos particulares que representan serias amenazas para la salud y el medioambiente, pueden ser -y a menudo han sido- retirados progresivamente (a pesar de que la producción de PCBs esté creciendo en Asia). Sin embargo, cada año la industria química produce más de 100 millones de toneladas de sustancias químicas orgánicas, representando unos 70.000 compuestos diferentes con alrededor de 1.000 nuevos compuestos añadidos anualmente (39). Solamente una pequeña fracción de las muchas sustancias químicas producidas y liberadas en el entorno es examinada adecuadamente respecto a sus peligros para la salud o su impacto medioambiental (40).





[I] Hay que tener en cuenta que los autores se referían al final del siglo pasado, el siglo XX. [N. del T.].