23 de agosto de 2012

El Antropoceno

En la comunidad científica, son dados al uso de neologismos para designar nuevos conceptos o ideas. En algunos casos, el ingenio lingüístico llega a superar al ingenio científico y la renovación de vocablos es muy elevada y bastante fútil, por otra parte. Las ciencias sociales son un buen ejemplo de ello, en especial la sociología. Así, se puede encontrar uno con que la “sociedad industrial” es un término ya obsoleto y que no se corresponde ya con la realidad. Una posible conclusión de esto es que uno ya no necesita leerse un libro como La sociedad industrial y su futuro, pudiendo juzgarlo simplemente por su obsoleto título. El problema de esta innovación lingüística viene cuando está guiada por el afán de hacerse notar, de comulgar con un grupo de “iniciados”, de rivalidades personales, etc. En un libro del que se habló aquí hace poco, lo explicaban así: “[En los últimos tres siglos], la ciencia ha erigido pieza a pieza una nueva Torre de Babel del conocimiento, castigada —como en mito bíblico— con el castigo de la proliferación de lenguajes incompresibles que impiden la comunicación entre científicos de distintas disciplinas. De entre los millones de documentos científicos publicados anualmente, sólo una fracción mínima (< 0,1%) son comprensibles a un investigador dado, que sólo consigue ojear —no ya leer— una de cada 10.000 publicaciones.” (Cambio Global, Pág. 135).

Más allá del problema de la saturación de información al que no sólo los científicos tienen que enfrentarse hoy día (cualquier persona que utilice un poco Internet conoce de primera mano la cantidad desbordante de morralla que contiene), el ‘castigo’ que tiene la comunidad científica son las propias motivaciones psicológicas de los científicos. Como tantas otras personas en la sociedad tecnoindustrial, tratan de satisfacer el proceso de poder a través de una actividad sustitutoria con una autonomía limitada. “Con posibles raras excepciones, su motivo principal no es ni la curiosidad ni el deseo de beneficiar a la humanidad sino la necesidad de experimentar el proceso de poder: tener una meta (un problema científico que resolver), hacer un esfuerzo (investigar) y alcanzar la meta (resolver el problema). La ciencia es una actividad sustitutoria debido a que los científicos trabajan principalmente por la satisfacción que les reporta realizar su trabajo. Por supuesto, no es algo tan simple. Otros motivos juegan un papel importante para muchos científicos. El dinero y el estatus por ejemplo. [...] la ciencia continúa adelante ciegamente, sin respeto por el verdadero bienestar de la raza humana ni por ningún otro criterio, obedeciendo solamente a las necesidades psicológicas de los científicos así como a las de los cargos de la administración del gobierno y de los directivos de las grandes empresas que aportan los fondos para la investigación.” (La sociedad industrial y su futuro, Págs. 68-69)

¿Es el término ‘Antropoceno’ una innovación adecuada? A juzgar por la definición, no lo es. Esta nueva era geológica en la historia del planeta en la que la humanidad ha emergido como una nueva fuerza capaz de controlar los procesos fundamentales de la biosfera es lo que designa el término ‘Antropoceno’. De entre todos los sistemas sociales que la humanidad ha desarrollado en su historia, ha sido una civilización con un elevado desarrollo tecnológico (es decir, la sociedad tecnoindustrial) la que ha logrado la desastrosa proeza de alterar los procesos fundamentales de la biosfera. Proeza que no alcanzaron otros sistemas sociales humanos por muy nefastos que fueran para la naturaleza salvaje. Luego es un tanto exagerado caracterizar a toda la humanidad de esa manera. También es una exageración poner el énfasis en la capacidad de control sobre los procesos fundamentales de la biosfera. Los efectos sobre estos procesos han sido más bien involuntarios o efectos colaterales de otras acciones, por ejemplo, el cambio climático. Y el clima no puede considerarse que esté bajo el control de la humanidad, aunque la aspiración y el desarrollo de la civilización tecnoindustrial vayan por esos derroteros. No obstante, hay una cosa que sí puede apuntarse en el haber del término ‘Antropoceno’: ilustra pormenorizadamente las nefastas consecuencias que tiene sobre la naturaleza salvaje la sociedad tecnoindustrial. La creación de un hábitat totalmente artificial, una tecnoesfera mundial o la artificialización de toda la biosfera son los últimos delirios de una civilización en guerra continua contra lo salvaje. Se puede encontrar información relevante sobre estas consecuencias en la website The Antropocene. También en este artículo de la Encyclopedia of Earth se puede comenzar a indagar en las graves transformaciones de los ecosistemas terrestres.

Desde una perspectiva más visual, en los últimos años se han publicado un par de libros reseñables: La Tierra ayer y hoy. Impactantes imágenes de un mundo que cambia de Fred Pearce y Tierra Frágil. Vistas de un mundo cambiante.

En una escala regional, la llamada “ordenación del territorio” en el sentido de planificación y gestión artificial de la superficie terrestre produce programas como el SIGPAC donde aparece catalogado el estado en que se encuentra el territorio español.